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La primera vez que entré en un museo me llevaron a la fuerza. El sistema escolar puede ser muy cruel con sus alumnos. Obviamente visitar un museo era mejor que estar en clase de matemáticas, pero en aquella época ver una exposición abstracta tenía el mismo interés para mí que ver un debate literario entre seguidores de Góngora contra seguidores de Quevedo.

Contra todo pronóstico la exposición me llamó la atención, especialmente un cuadro que era totalmente blanco. Y más me llamó la atención que una persona permaneciera media hora mirándolo. Seguramente el pintor tardó menos en hacerlo. Todavía me sigue intrigando que una persona estuviera media hora observando concienzudamente un cuadro en blanco. Vamos, este amante del arte se va a al Reina Sofía a ver el Guernica de Picasso y se lleva una tienda de campaña.

Con el paso del tiempo me enteré de que el cuadro en cuestión fue vendido por un millón de un euros. ¡Un millón de euros por un cuadro en blanco! Me dieron ganas de visitar al comprador y decirle: “Te pinto un cuadro verde por tan sólo medio millón de euros.” Finalmente no localicé al comprador del cuadro, pero sí al autor, Pedro León, también conocido en el extranjero como Peter Tigretón. Cuando estuve cara a cara con Pedro León, le pregunté: “¿Por qué pintar un cuadro en blanco?” Y esta fue su respuesta: “Quería expresar el vacío del ser humano. La imposibilidad de alcanzar la felicidad al ser conscientes de que somos seres minúsculos dentro de la galaxia. ¿Qué sentido tiene comprarte un libro de autoayuda si te puede dar un infarto mientras lo lees? Todo esto quería expresarlo en el cuadro, pero me di cuenta de que me había quedado sin pintura y finalmente no toqué el lienzo.”

En ese momento me di cuenta de que Peter Tigretón era un artista con mayúsculas. ¿Al fin y al cabo no es eso la vida? Miles de proyectos que queremos llevar adelante pero que ni siquiera los empezamos por circunstancias externas. Así que, amigos y amigas, si creéis que se acerca el ocaso de vuestra vida y aún no habéis escrito un libro, ni plantado un árbol, ¡diablos, por lo menos, pintad un cuadro en blanco!

 Llegar virgen al matrimonio tiene mucho mérito, especialmente si tienes un cuerpo como el de Cristiano Ronaldo o Scarlett Johansson. Si por el contrario tienes un cuerpo como el de Paquirrín, llegar virgen al matrimonio tiene menos mérito que sacarte el diploma de manipulador de alimentos.

Lola Villa, cristiana evangélica, de profesión notario y fan de los “Sex Pistols”, decidió llegar virgen al matrimonio y eso que tenía un cuerpazo capaz de quitar el hipo a un orangután. Su marido, un famoso abogado de Alpedrete, también era un defensor a ultranza de llegar virgen al matrimonio y de los desayunos de buffet libre en los hoteles.

Ambos estaban muy nerviosos en la noche de bodas y para ponerse a tono decidieron ver una película de Pajares y Esteso. Obviamente ver a Pajares y Esteso en paños menores es igual de erótico que ver un coito entre dos caracoles, pero inmediatamente después de acabar la película se pusieron a ello, aunque antes se bebieron un litro de vodka con tang. Cuando Lola vio a su marido desnudó pensó: “Oh, Dios mío, ¡qué horror! El producto está defectuoso. Pero ahora es tarde para echarse atrás. Soy una cristina evangélica devota, no puedo cambiar a mi marido por otro como si fuera un producto que hubiera comprado en El Corte Inglés…” Al final el acto sexual no fue tan terrorífico, ya que sólo duro 40 segundos.

Después de 20 años de sexo penoso y de que su marido sobreviviera a 10 infartos, un cáncer de pulmón y un accidente de avión, Lola decidió abandonar el cristianismo y a su marido, hacerse hindú y casarse de nuevo, pero esta vez con un profesor universitario experto en el Kamasutra. Obviamente, como dijo el psicólogo John Martin Flowers, “el pilar fundamental de una relación sentimental no es el sexo, hay muchísimas cosas más importantes que el sexo, aunque ahora no se me ocurre ninguna.”

 Reconozco que soy un apasionado de las redes sociales. Tengo Facebook, Twitter, Instagram, Pinterest, canal de Youtube, Google Plus y mucho tiempo libre. Y después de pasarme horas y horas delante del ordenador y del móvil, y de peder un 20% de visión, el funcionamiento de las redes sociales me sigue pareciendo tan incomprensible como la reproducción de los peces o el éxito del programa Gran Hermano. A continuación relato mis principales dudas en torno a las distintas redes sociales.

Facebook: Si un amigo hace una publicación poniendo algo así como “estoy triste”, “la vida es una mierda” o “estoy rodeado de hipócritas”, ¿hay que darle a “me gusta” o no?

Twitter: ¿La amenaza de muerte es efectiva para conseguir seguidores en Twitter? ¿Alguien sabe si existen libros pedagógicos que te explican cómo escribir un tweet gracioso?

Pinterest: ¿Conocéis a alguien que se haya abierto una cuenta en Pinterest y que la utilice de manera regular?

Google plus: ¿Cómo es que tengo un perfil en Google Plus cuando ni siquiera sé lo qué es Google Plus? La respuesta es sencilla. Parece ser que los de Google te abren un perfil en dicha red social. Esto es como cuando eras niño y tus padres te abrían una cuenta en el banco. Mi duda ahora es la siguiente, si cierras ese perfil, ¿los de Google te meten en una lista negra y cuando tecleas tu nombre en su famoso buscador, aparece la foto de una foca sonriendo?

Youtube: ¿Por qué los vídeos que cuelga El Rubius tienen millones de visitas y los tuyos sólo tienen 5 visionados y encima son todos tuyos? La respuesta parece obvia: El Rubius es un genio a la altura de Miguel Ángel, Shakespeare o el que inventó el albornoz.

Instagram: Esta red social está plagada de tías buenas y tíos buenos que se hacen fotos en ropa interior delante del espejo. Estas personas tienen millones de seguidores simplemente por el hecho de que están macizorras. ¿Es el fin de la civilización? ¿O estoy exagerando y solo soy un envidioso? Está claro que si yo me hago una foto sexy en ropa interior, me cierran la cuenta de Instagram y me deportan al Vaticano.

Mientras compartía estas dudas, he tomado una decisión, abandonar las redes sociales y vivir la vida real. Aunque antes de tomar tan drástica decisión, voy a compartir mi decisión por Facebook, Twitter y demás.

A continuación transcribo la crítica de la película “Star Wars, El despertar de la fuerza” escrita en un blog de cine por un tal Harrison Solo. No comparto las opiniones del señor Solo, pero su léxico furioso me ha recordado a Carlos Boyero, Eminem e Isabel Pantoja, y he decido compartir este curioso documento del nuevo Pumares de la crítica cinematográfica española. Aviso, la crítica contiene spoilers, insultos, obscenidades y un mensaje satánico oculto que al descifrarlo puede provocar que se ruede una nueva película de Parchís.

JJ Abrahams, como te vea por la calle ya puedes salir corriendo, subirte al Halcón Milenario y viajar a la velocidad de la luz. Tienes suerte de que vivas en un lujosa casa de Los Ángeles y yo en un piso de mierda de Carabanchel, porque, si me cruzara contigo, te ibas a enterar. No tendría piedad contigo, como tampoco lo tendría con un ewok o con Jar Jar Binks.

Dicho esto, voy a intentar hacer una crítica lúcida, detallada y académica de la película. Allá va: ¡¡¡Star Wars: el despertar de la fuerza es una bazofia!!! La película me provocó urticaria, diarreas, vómitos y una fuerte depresión. He tenido que ir al psicólogo, el cual opina lo mismo que yo de la película y me ha recomendado que me desahogue insultándote por twitter.

¿Cómo has podido matar a mi personaje favorito de Star Wars? ¿Te has pensado que estabas rodando un capítulo de Juego de Tronos? ¿Y ese malo gigantón dónde lo has sacado? ¿Lo has comprado en una tómbola de feria? ¿Y el pobre Mark Hamil? Parece que está en una película muda. Le podíais haber pagado un curso de interpretación con Corazza antes de grabar la película.

Por favor, JJ, no ruedes las nuevas entregas de la saga. Si quieres hacer un nueva película de ciencia ficción, te recomiendo que hagas un remake de “La Loca Guerra de las Galaxias”.

P.D.: Lo pase fatal viendo la película, pero me consuela saber que seguramente George Lucas lo pasó peor.

El psicólogo Antonio Clavero Calvero, autor de libros de gran éxito como “100 islas que debes visitar si eres multimillonario”, “217 restaurantes donde es recomendable hacer un simpa”, “7 pasos para empezar a fumar en pipa y así parecer un intelectual”, y “Consejos que funcionan para domesticar a una hiena”, publica estos días su nueva obra: “¿Cómo ser un superhéroe sin necesidad de ir vestido como un mamarracho?”

Clavero Calvero afirma que, si estamos convencidos de que somos superhéroes, este pensamiento repercutirá de manera positiva en nuestras actividades diarias. Por ejemplo, al hacer una tortilla francesa batiremos los huevos de forma más rápida. Pero no sólo los beneficios se centran en el ámbito doméstico. Según Clavero Calvero, aquellas personas que se creen superhéroes pueden convertirse en súper-atletas. “Si participas en la San Silvestre con mentalidad de superhéroe, tienes un 99% de posibilidades de no quedar último. Y si esa mañana desayunas Epo con galletas, incluso hay posibilidades de ganar”, relata Clavero en su obra.

¿Pero cómo podemos convertirnos en una versión súper de nosotros mismos? En palabras de Clavero: “La clave está en la mentalidad. No funciona el ponernos una capa roja y los calzoncillos por encima de los pantalones. Es más, si haces ésto, hay muchas posibilidades de que tus familiares te encierren en una clínica mental… La verdadera fuerza se encuentra en la mente y no en los bíceps. Aunque reconozco que si uno está cachas, es menos fatigoso mover muebles y electrodomésticos al hacer una mudanza.”

Una vez que nos convirtamos en una versión súper de nosotros mismos, Calvero recomienda que utilicemos nuestro don para hacer el bien: ayudar a la policía a detener a delincuentes, obligar a los morosos a que paguen sus deudas, evitar atracos en bancos y joyerías, enfrentarte a supervillanos como Putin, etc. En caso de que seas un superhéroe antisistema, Clavero Calvero recomienda hacer todo lo contrario a lo dicho anteriormente.

Ya sabéis, amigas y amigos, no es difícil convertirnos en una versión súper de nosotros mismos. Eso sí, superhéroes o no, en verano no es recomendable hacer balconing.

A continuación trascribo la versión del cuento “Juan Sin Miedo” de Philip Grimm, descendiente de los famosos hermanos Grimm. Philip Grimm escribe cuentos infantiles de estilo punk, aunque desde hace 5 años ha abandonado el mundo de la literatura para ganarse la vida como gorrilla.

  Érase una vez un padre que tenía dos hijos. El mayor era su ojito derecho. Un chico responsable, inteligente, que compraba su ropa en tiendas de comercio justo. El pequeño era el presidente del club de fans de la película “Fast and Furious 7”.

Pero la principal fricción entre el padre y su hijo menor, llamado Juan, radicaba en el oficio del primero. El cabeza de familia era escritor de novelas de terror y Juan, cuando las leía, no sólo no tenía miedo, sino que se descojonaba de risa. Un día el progenitor estalló: “¡Juan, vete de esta casa y no vuelvas hasta que no tengas miedo!.. Ah, cuando regreses, por favor, tráeme tinta para la impresora.”

Así que Juan abandonó el hogar familiar con un único objetivo: saber lo que es el miedo. Bueno, y si de paso encontraba trabajo, formaba una familia y aprendía a hacer bacalao al pil-pil para lucirse delante de sus futuros suegros, pues mejor que mejor.

Mientras leía el periódico en busca de piso y trabajo, un anuncio le llamó especialmente la atención. Estaba firmado por un tal Federico de Osasuna III y decía así: “Aquella persona que pase una noche entera en una mansión encantada, como premio se quedará la mansión, se casará con mi hija y obtendrá un contrato de cinco años como delantero del Fútbol Club Barcelona.” Inmediatamente se puso en contacto con el millonario y esa misma noche la pasó en la mansión encantada. Ni siquiera le importó que ese día era Martes 13 y que la mansión no disponía de televisor y que justamente esa noche echaban su programa favorito, “Tu casa a Juicio”, en el canal Divinity

A primera hora de la mañana del día siguiente, el millonario entró en la mansión y cuál fue su sorpresa al encontrase al joven Juan en la cocina preparándose un desayuno americano.

– ¿Aún sigues aquí?

– Sí, claro.

– ¿Qué tal noche has pasado?

– Pues no muy bien la verdad. Me acosté pronto, pero, a eso de las dos de la mañana, un fantasma me ha despertado insistiendo en que jugáramos al guiñote. Después de ganar tres cotos me he vuelto a acostar. Poco antes de las cuatro, una vampira, que ha entrado por la ventana, insistía en morderme el cuello, pero yo le he dicho que soy muy tradicional y que antes de toqueteos y mordisquitos teníamos que ir al cine. Y, para rematar la noche, un espíritu, a eso de las cinco de la mañana, se ha puesto a tocar el piano. Pero, bueno, le he convencido para que tocara una nana y me he quedado sopa.

El millonario, admirado por el valor del joven, cumplió su promesa, pero Juan seguía sin estar feliz, ya que aún no sabía lo que era tener miedo. Y entonces conoció a su futura esposa, Lucilda, la hija del millonario. ¿Tenéis en mente a Carmen de Mairena? Pues Carmen de Mairena comparada con su futura mujer era una Top Model. Al verla, Juan empezó a temblar como si hubiera visto a la muerte cantando una canción de los Gemeliers. La muchacha, al ver la reacción de Juan, le dijo:

– No te preocupes. Si no quieres, nadie te obligará a casarte conmigo.

Pero Juan reflexionó y le contestó:

– No, sí que quiero. Gracias a ti he descubierto el miedo. Me has hecho feliz. Eres mi media naranja.

Y sí, niños y niñas, Juan y su esposa Lucilda fueron muy felices y comieron perdices, y todos los domingos preparaban bacalao al pil-pil e invitaban a todos sus familiares.